La teología tomista y la naturaleza según Aristóteles
Tras la romanización del cristianismo, la Iglesia católica se erige como el núcleo eclesiástico de Occidente. La producción filosófica que data de aquel período sitúa la inscripción domínica del aristotelismo, cuya física es transformada por el teólogo Tomás de Aquino. Sobre la presuposición del principio antedicho, el escolástico concreta la exégesis bíblica, que, además, indica la extinción absoluta del cambio y, con ello, propende a la fundación de una nueva naturaleza humana, esencialmente, incorruptible. La teorización de Aquino, sin embargo, quebranta la acepción aristotélica del mundo, pues reconfigura sus hipótesis hacia la proporción racional de la fe, que secunda su legitimidad. He aquí, pretendo indicar cómo el Aquinate labra su propio orden, a partir de una observación diestra, pero imprecisa y, por consiguiente, prescindible, del dogma peripatético, en la remisión de tal establecimiento en La Suma teológica.
Al redescubrir el pensamiento del Estagirita, Aquino ubica al movimiento como el carácter esencial en el que converge la naturaleza, que ha de cimentarse en función de Dios: causa increada, agente extrínseco, forma inmóvil e inextinguible del mundo. Apela, de este modo, al hilemorfismo, cuya impresión le adscribe a todo lo demás la realidad del cambio, esto es, su naturalidad. En el hombre, encarna la substancialidad del alma como porción de su inherencia y, por consiguiente, le incorpora en el medio de la corrupción. Así, ambos principios, materia y forma, habrían de engendrarse y disolverse según su finitud, que, sin embargo, se paganizó en el catolicismo. Es, por ello, que el teólogo principia la concepción de una quintaesencia, que emplearía para reconocer la inmortalidad del alma intelectiva y suprimir el límite aristotélico de la forma. El escolástico asevera que, tras el juicio final, la mortalidad no verá más su obra, es decir, que se tornarán inmutables las cosas que existían por el hombre y su propia existencia estará subordinada a la permanencia, dado el reposo de las esferas celestes. Dicho estado final transitará en el equilibrio de un cosmos estático, perspectiva que estima la ruptura de la eternidad del mundo que construye Aristóteles, pues niega la conservación de tal naturaleza corruptible, que, al haberse predispuesto así primigeniamente, se predicó inquebrantable, pues supone la alteración de un presupuesto lógico.
El ejercicio filosófico de Tomás de Aquino, es, pues, sólo parcialmente consecuente al aristotélico según sean dispuestas ciertas acepciones. Los elementos que toma del corpus antedicho son fundamentales, pero han de ser modificados con el objeto de congregar al dogma cristiano y a la razón que pregonó la filosofía grecolatina, desprovista de su hálito sensualista y pagano.
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