Análisis de «Los miserables» (Libro quinto, IX-X). Víctor Hugo.

ORIENTACIONES GENERALES Y PARTICULARES DEL ROMANTICISMO

En Los miserables, Hugo prioriza la sutileza estética de las descripciones y la influencia de especie meramente subjetiva con la que Fantine, habiéndose permutado a sí misma por los bienes que la necesidad de Cosette le engendró, reviste al mundo circundante: que es posesión suya al transformarse con reciprocidad y dar por fruto una realidad contingente, pues sólo ella reconoce su autenticidad al dotarla de significado según su historia cíclica. Asemejándose a sus coetáneos románticos, el autor inhibe los totalitarismos de la razón y suprime la universalidad en favor de exhibir la vida privada, y no la pública, resistiendo las doctrinas animadas por las restricciones del pensamiento y erigiendo a la sensación, la emotividad y la experiencia como los fundamentos inflexivos que configurarán su literatura a través de las conductas maternales de Fantine, asistidas por la intimidad del sujeto como única regulación artística.

LOS EFECTOS DE LA CONVERGENCIA HISTÓRICA

Su portavoz demuestra, con ello, que la precariedad que pertenece a unos pocos “(…) seres débiles que han envejecido en la miseria” está contenida en la individualidad y supone la inadvertencia y la desatención que su coyuntura representa en el esfera global de las cosas, a menudo en virtud de las preocupaciones superfluas de la sociedad; esto, sin embargo, es también benévolo, pues repiensa al hombre oponiéndose a una correspondencia intelectiva absoluta, o forzosamente optimista (que lo sujetara todo al criterio coartante de la mente), al remitirse a las divergencias que presiden sus cotidianidades: tendencia que está emparentada con la conflagración del Iluminismo y el establecimiento del Romanticismo, del que la vertiente francesa funge como promotora al mentarle a la historia de las ideas el detrimento moral europeo, que, cosificando a Fantine como mercancía, “ya no [tiene] cama y le [queda] (…) un colchón en el suelo y una silla sin asiento.”.

El triunfo del sensualismo filosófico supone la desaparición de la universalidad enfermiza en el intelectualismo europeo y obedece a la reinterpretación del rol de las cualidades subjetivas y las impresiones anímicas en el horizonte global de las letras. Este primer fenómeno aniquila al mundo encumbrado del siglo xix, sujetándolo a la personalización al vindicar al yo como unidad literaria fundante y germinal. Esta descentralización, para Hugo, proscribe a la razón como único principio rector. De Margarita afirma, por ejemplo, “que apenas sabía firmar mal su nombre, pero que creía en Dios, que es la mayor ciencia”. Aquí la virtud moral se desprende del raciocinio; pues su conformidad está asociada con la rectitud espiritual implícita en la fe divina. Precisamente en este sentido, el Romanticismo huye de la coacción del juicio del entendimiento y se ampara en el liberalismo para establecerse sobre el edificio del arte humanizado que demanda la injusticia social: la relación entre el hombre y las masas; entre Fantine y los otros, que ilustra el flujo del poder y la sumisión entre los pobladores de la urbe, y acentúa el maquinismo y las afluencias que atañen su aglutinamiento. La ignominia se exhibe entonces bajo la prostitución, que sustituye al alma por una limosna, y se refiere a la degradación mercantil que esclaviza a Fantine y somete su dignidad.

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