Análisis de «Coplas por la muerte de su padre». Jorge Manrique.

Glosa famosa sobre las Coplas de don Jorge Manrrique.

Tras el óbito del maestre de Santiago, don Rodrigo, Jorge Manrique, su único hijo varón, compone una colección de coplas en virtud de la remembranza de su progenitor y el exaltamiento de las acciones que lo acompañaron en vida. A aquella composición, la historia y los ilustres le han denominado Coplas por la muerte de su padre: una sarta de versos elégicos, dispuestos a los motivos literarios del prerrenacimiento, que, además, erigen un poderoso discurso reflexivo en torno a la cuestión de la vida, y su ensalzamiento perecedero, y la muerte, y su carácter plausible, pero apabullante e impredecible. 

SENTIDO GLOBAL E INTERTEXTUALIDAD

En su escritura, Manrique vislumbra la tristeza que le ha impregnado el fallecimiento de su caballeresco padre. Siguiendo el mismo hilo verosímil, considerase filosofar extensamente sobre el ocaso de la vida, puesto sobre la finitud de la existencia mortal, al que acompaña oscilando, lentamente y harto discreta, la muerte. En su crítica, puntualiza la creencia del excelso tiempo pasado, dado el dolor que evoca recordar un placer de infinita necesidad actual: «Cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor». Asimismo, predomina, en sí, el poder equitativo de ultratumba, que iguala a toda clase, al que el autor dedica retóricamente unos cuantos símiles: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar, que es el morir (…) allí los ríos caudales, allí, los otros, medianos, y más chicos; allegados, son iguales». De manera análoga, medita en lo alusivo a la jornada temporal del hombre en la instancia terrenal: «Este mundo es el camino (…) Partimos cuando nacemos, andamos cuando vivimos y allegamos al tiempo que fenecemos; así que, cuando morimos, descansamos». Detallando en la propiedad inestable de la fortuna, relata las peripecias de las gentes en el marco de su conquista, objetadas en la obtención de bienes naturales a la materialidad, que concluyen en penas sin valor auténtico y despilfarros vulgares, productivos de la lozanía de los deleites corporales y la vanidad de los placeres mundanos. Así, mientras desarrolla aquella doctrina, describe a la sociedad hispánica del momento, que vive el crepúsculo de la sombría Edad Media y aspira a los valores que reintroducen su dignidad, dado el auge del Renacimiento; centraliza, pues, sus esfuerzos en estimar la desaparición de cierto género de personas y costumbres típicas de su pasado reciente. Finalmente, y tras haber construido aquella estructura, Manrique retoma su propensión inaugural, donde la figura de su padre es elogiada, la narración de su muerte, idealizada y, junto con la mención de un par de héroes históricos, registra sus hazañas para la posteridad, declarando la importancia de la fama como la consagración en vida y la actividad honorable en fervor patrio: «Y pues vos, claro varón, tanta sangre derramaste de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganaste por las manos; y con esta confianza (…) partid con buena esperanza, que esta otra vida tercera ganaréis».

TEMAS Y CARACTERES LITERARIOS

Las coplas de Jorge Manrique están permeadas de un carácter prerrenacentista vigoroso. El deceso de su padre es la primera causa de su creación. Sin embargo, de ella surge una reflexión vivamente profunda sobre el hombre y sus asuntos de existencia terrenal: la vida, la muerte, la fama y la fortuna. Todos ellos subyacentes al paso del tiempo, al que dedica consideraciones filosóficas. Manrique introduce estas cuestiones fundamentales llamando a la toma de conciencia, que ha sido arrojada al vaivén de asuntos de intrascendente valor: «Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando». Advierte, por tanto, la fragilidad humana por la visita inesperada de la muerte, a la que todos están, de igual forma, distantes y próximos: donde ésa existencia efímera «se enciende mesuradamente y mesuradamente se apaga» (Heráclito, DK. 22 B 30). Tocante a ello, las Escrituras bíblicas, que son cruciales en el entendimiento de éstas expresiones literarias, subrayan, así, la caducidad del hombre: «(…) pues polvo eres, y al polvo serás tornado» (Reina Valera Antigua, Gén. 3:19), tras relatar la expulsión de la pareja adánica del paraíso del Edén y el vencimiento de su inmortalidad, que es herencia connatural.  En el devenir de las cosas —asevera Manrique—, nada es permanente: y los placeres se rigen bajo aquella naturaleza, pues se desvanecen cual agua entre los dedos. Así lo puntualiza el autor: «Y los deleites de acá son, en que nos deleitamos, temporales». En torno a sus meditaciones, la obra elégica se detiene en las preocupaciones inmediatas del hombre, que son perseguidas vanamente, ya que carecen de utilidad: «Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos». De igual forma, establece una visión estoica en lo respectivo a la realidad, en tanto expresa que «si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado», refiriéndose a la valoración del porvenir como ya acontecido, en la medida en que lo sucedido es inalterable, como el curso de los acontecimientos presentes y futuros que se ciernen incesantemente sobre la mortalidad humana. Mortalidad que espera a todos, por igual, en la fosa común del fallecimiento, donde todos equivalen indistintamente. Tras haber pronunciado aquellas sentencias, precisase en la conducta que un hombre virtuoso ha de poseer, entregado a la búsqueda de la morada celeste mientras transita el sendero de la vida mundana, habiendo presentado los vicios de cierta parte de la población occidental, que han de consumirse en las llamas espirituales de las prácticas cristianas. Al finalizar su cogitación, una dama mudable personifica alegóricamente a la fortuna que, como rueda, da vuelta al destino de las gentes, entreverado en un estado de temporalidad e impermanencia continua, propio del acto puro de la fluctuante existencia: «No les pidamos firmeza (a las riquezas), pues que son de una señora que se muda: que bienes son de fortuna que revuelve con su rueda presurosa, la cual no puede ser una ni ser estable». De aquella forma, Manrique fragua un texto sólido, que contiene, además de la glorificación de la obra de su padre, una vasta descripción sociocultural de la época, penetrada por los tópicos que han sido desarrollados y atravesados por la hoja perenne de su crítica: una clara reminiscencia a la filosofía grecolatina y el tratamiento bipartita que dispone sobre múltiples cuestiones antropológicas, focalizadas en el desprecio del cuerpo, artífice de perversión moral, y el engalanamiento de los valores que emanan del alma, sede del conocimiento racional y esencia pura e irreductible del hombre, condenada al encarcelamiento corporal, pero destinada a la trascendencia inmaterial, según sus propias resoluciones.

CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICOLITERARIA

Manrique se enfrenta a una etapa primigenia en la consolidación de la sociedad renacentista. Por tales cuestiones, su obra, de género poético y subgénero elégico, se incluye en un primer momento fundamental, forjado en arduas circunstancias, colmadas de ruina. Ello es evidente a través de la ejemplificación que él mismo fija de la especie de personas y modas que habrían sido prescritas paulatinamente, que, no obstante, comprendieron parte vital del engranaje social medieval: formas de vida que, ahora, se anexaban al olvido. En virtud de ello, introduce al lector en la caída de su inmediatez histórica: «Dejemos a los troyanos (…) dejemos a los romanos (…) No curemos de saber lo de aquel siglo pasado (…) vengamos a lo de ayer, que tan bien es olvidado como aquello». De allí en adelante, y hasta que el autor culmine su viaje en la mención del padre, aludirá a plurales figuras occidentales, articulando su composición con la presencia de formulaciones retóricas dirigidas al carácter fortuito de la muerte y el adormecimiento en vida de cierta muchedumbre, que continúa la base filosófica sobre la que Manrique ha construido sus coplas. En razón de aquello, trata así a la condición de un siervo que, a pesar de su fortuna y bienes de exquisita materialidad, fue hallado en desgracia, degollado: «sus infinitos tesoros, sus villas y sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros?». Respecto a la desaparición de las costumbres propias a su pasado reciente, escribe: «¿Qué fue de tanto galán? (…) ¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? (…) ¿Qué se hizo aquel danzar, y aquellas ropas chapadas que traían?». Todo ello se erige sobre las nuevas concepciones que habían de edificarse en la etapa preliminar del Renacimiento, y la metamorfosis de las estructuras sociales y de pensamiento que atiborraron Occidente en el Siglo XV, donde se preparaba el colapso crítico del período medieval, dada la reintroducción del pasado clásico y el abandonamiento de la acepción oscura e infame del hombre, y se alzaba la vía triunfal a la reivindicación de una civilización digna del arte, la ciencia y la filosofía.

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