El trabajo para Locke y Smith

La economía instituye la teoría de la distribución, la propiedad, el consumo y la proliferación de los bienes y servicios que convergen en las sociedades humanas.

Sus raíces descansan en la reubicación del hombre en la cima de la creación. Los filósofos del Renacimiento, que vislumbraron en aquel un motor de progreso e investigación, gestaron hipótesis antropológicas en torno a su naturaleza impersonal, esto es, al estado en el que fue concebida su conducta primitiva. Fundamentalmente, se inspiró tal establecimiento por la recomposición del Estado, que buscó la forma de organización social idónea y, con ello, el esquema en el que había de prescribirse su permanencia. Responde, pues, su origen a la materia del derecho tangible del hombre sobre cosas del mismo género, a saber, que se dan necesariamente materiales, son substanciales, imprescindibles y, como ello, son propiedades, y su correspondencia con los demás, que se apilan en sociedad.

LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL TRABAJO EN JOHN LOCKE

·        John Locke

«Una vez que nacen, los hombres tienen derecho a su autoconservación y, en consecuencia, a beneficiarse de todas aquellas cosas que la naturaleza procura para su subsistencia. Y aunque nadie tiene originalmente un exclusivo dominio privado sobre ninguna de estas cosas, ocurre, sin embargo, que tiene que haber necesariamente algún medio de apropiárselos antes de que resulten beneficiosos para algún hombre en particular (…). El trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos podemos decir que son suyos. Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza lo produjo y la modifica con su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya.».[1]

El trabajo, por ende, convierte las disposiciones naturales y, habiendo transformado al objeto mismo, le personaliza y le permite la apropiación de aquel, en tanto se represente así en la confección del producto, que moldea, así mismo, al sujeto que lo ejerce. Los frutos del trabajo son, entonces, propiedad del trabajador, y una extensión de él mismo, pues en ello ha puesto su propio ser, en que ha de gozar tal determinación. Es, pues, la propiedad privada y está cercada por el esfuerzo o por la acción del individuo en su consecución, es decir, aquella medida le desprende de lo que es común y está dada sabiamente, pues él no es capaz de ser partícipe de todo, su detrimento físico se lo impediría. Declara que, de no ser así, el hombre caería en inanición y, por ello, no es menester el consentimiento general en tal asignación. 

La autonomía antedicha le provee, también, la facultad de transferirlo, a saber: de comerciar con él. He aquí se da el intercambio, que diversifica las labores en sociedad, pues se especializan particularmente y, por ello, es posible satisfacer las necesidades de todos los hombres. El trabajo es el eje explicativo de este flujo, que supone un acceso parcialmente equitativo y que, de modo fundamental, suprime la acumulación de los bienes, pues se forja a sí mismo sobre el principio ético de no sustraer en exceso, es decir, de procurarse lo necesario. La división del trabajo es, así, una consecuencia natural y en ella incide la propensión de la permutación. 

El fracaso de las sociedades contemporáneas, comentaría Locke, está dado en la sobrepoblación, que congestiona los recursos de un espacio determinado, en que ya no exista más propiedad que adquirir, ni sea capaz de llevarse a término el trabajo, porque ya se ha dispuesto para otro y, por ende, ya no le pertenece a alguien más.

LA PRODUCTIVIDAD DEL TRABAJO

·        Adam Smith

«En una sociedad civilizada él [el hombre] estará constantemente necesitado de la cooperación y ayuda de grandes multitudes. Todo trato es: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas tú; y de esta manera conseguimos mutuamente la mayor parte de los bienes que necesitamos. Así como mediante el trato, el trueque y la compra obtenemos de los demás la mayor parte de los bienes que recíprocamente necesitamos, así ocurre que esta misma disposición a trocar es lo que originalmente da lugar a la división del trabajo. Entre los seres humanos hasta los talentos más dispares son mutuamente útiles; los distintos productos de sus respectivas habilidades confluyen por así decirlo en un fondo común mediante el cual cada persona puede comprar cualquier parte que necesite del producto del talento de otras personas. (…) Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos.».[2]

Para Smith, el hombre es un ser social y, en correspondencia con tal principio aristotélico, depende incondicionalmente de las relaciones que entable con los demás. La misantropía es, pues, antinatural, en la medida en que él requiere interactuar con los demás hombres. El principio de las sociedades es éste: el intercambio de las facultades, del conocimiento, del saber práctico, de los bienes materiales, etcétera. Sobre ésta organización, se instituye que la adquisición de los bienes, que se da por intercambio, subyace a un interés particular que, no obstante, se manifiesta con común regularidad en toda raza humana y, como se dijo anteriormente, está subordinada a la constitución de la sociedad misma. El trabajo permite el tejido estructural de la creación y satisface, de tal modo, todas las regiones en que se pueda llevar a cabo. La inscripción de tal inclinación permite el sostenimiento indirecto de aquél sistema y lo prolifera en su justificación. Actúa allí la mano invisible.


[1] Locke, J. Segundo tratado sobre el gobierno civil.

[2] Smith, A. Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones.

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