Los empiristas británicos
Como
característica general, los filósofos empiristas enmarcan a la experiencia como
legitimadora del conocimiento. Según Descartes, el padre de la modernidad
racionalista, existen nociones impresas en el alma, cuyas bases descansan en la
formalidad a priori. El empirismo parte de la refutación de aquel
innatismo. Según sus principios gnoseológicos, el conocimiento circunda el
mundo externo, pues la sensibilidad dibuja sus trazos sobre la mente humana
sólo conforme sé es consciente de los datos que aquélla provee.
He aquí una síntesis de su pensamiento, que abarca:
- La refutación de las ideas innatas.
- El lugar de los principios de la lógica en la experiencia.
- Dios como la base ontológica de los sistemas del mundo.
- La negación de la materia como sustrato extrínseco.
LA NEGACIÓN
DEL INNATISMO
- John Locke
La
inexistencia de las nociones primarias, fundamentales, irreductibles,
sustanciales y de predeterminación natural a las que la tradición filosófica
llamó ideas innatas responde a la ineficiencia del consenso universal,
pues no hay ningún principio al cual toda la humanidad preste
asentimiento universal inexperimentalmente.
Ello es
evidente en la idea de Dios, por ejemplo. Tal noción es pretensiosamente una.
Descartes la planteó universalmente sobre toda actividad racional. Sin
embargo, son evidentes las múltiples divergencias que corresponden a la
realidad de Dios como divinidad. Cada pueblo le otorga un sentido propio, lo
que sería indiferente al entendimiento de aquella predisposición. Si la mente
no las advierte, y no es capaz de notar una tergiversación con respecto a
ellas, es inútil denominarlas innatas y tal impresión preestablecida es, por
consiguiente, vacua. Pues si un principio presume ser irrefutable en el
entendimiento y no se tiene clara y distinta noticia de él, equivale a ser y no
ser al mismo tiempo.
El empirismo revaloriza
la sensibilidad. Locke afirmó que el entendimiento no puede reconocer nada que
no haya pasado antes por los sentidos: pues nuestra observación le proporciona
a nuestra mente todo el material del pensamiento. El origen de las ideas
y, por ende, de un conocimiento desarrollado se basa en la sensibilidad
(impresiones) o en la reflexión (ideas). El análisis le corresponde a la razón,
pero sin percepción no habrían contenidos que abstraer, por lo que es
imprescindible conocer los objetos sensibles y racionalizarlos.
¿Y LAS
VERDADES INDEDUCIBLES DE LA LÓGICA?
¿Cuál es el
origen de los principios de identidad, de (no) contradicción y de tercer
excluido?
Los principios
son juicios indemostrables, primarios e inmediatos, evidentes en sí mismos:
sencillamente, intuitivos. Una vez se los formulan, el hombre los comprende,
sin mediación analítica ni silogística. Descartes identificó a las ideas
innatas con las bases antedichas. Por su clara evidencia, pensó, parecían estar
allí inherentemente. Sin embargo, la perspectiva empirista aclaró la necesidad
interactiva con el mundo natural para entender tales fundamentos. Los
modos de ser, que, a su vez, fungen como la simiente de esta lógica, son parte
íntegra e inseparable de la experiencia, cognoscibles a través del
intelecto agente: una pura facultad dispuesta a natura y común a la especie,
capaz de ello por hábito.
“Es natural el
que, por razón del intelecto, el hombre, inmediatamente al conocer qué es un
todo y qué es la parte, conozca que «el todo es mayor que la parte». Pero, por
otro lado, ha de conocer qué es el todo y qué es la parte, mediante las
impresiones sensibles.”.[1]
El ser humano
sí posee naturalidades, pero no conocimientos naturales. La sensibilización y
la síntesis antedicha como facultades son, pues, intrínsecas al hombre y le
permiten aprehender al mundo.
“Los hombres,
con el solo empleo de sus facultades naturales, pueden alcanzar todo el
conocimiento que poseen sin la ayuda de ninguna impresión innata.”.[2]
La certidumbre
de la sustancia infinita, que es Dios, es capaz de ser afirmada y refutada
desde el empirismo.
DIOS COMO EL
SOSTÉN DEL SISTEMA DEL MUNDO (O COMO UN MERO INSTRUMENTO PARA ELUDIR
INCONSISTENCIAS CAUSALES)
- George Berkeley
George
Berkeley, obispo inglés, predicó la existencia a través de la percepción como
único atributo, que partía de una especie ontológica distinta. Para él, el
mundo es una mezcla jerárquica de espíritus observadores e ideas que
constituyen la realidad intangible de objetos de experiencia. En tanto existen
dichos sujetos para las ideas, de forma análoga, tendría que reglamentarse un
percipiente para los espíritus menores y los conocimientos que
inteligen. Tal espíritu mayor sostendría la realidad, privando su contingencia
y guardando su verosimilitud: porque todo, según el filósofo, lo
dispondría ilimitadamente y durante una infinitud temporal. De tal modo, la
metafísica berkeleyeana le adscribió a Dios la cohesión, la eternidad y la
increación del mundo, conforme a las presuposiciones de su idealismo subjetivo.
Pero ello a
los críticos les pareció más una estrategia para regular la inmaterialidad,
negar a Isaac Newton y al éxito de su mecánica atea, y no una razón con
suficiencia explicativa y argumental.
- David Hume
David Hume,
escéptico radical, rechazó el argumento ontológico (intuir la existencia de
Dios sobre la base de la perfección conceptual, que es el predicado que valida
su existencia) al indicar la inaplicación de dicho análisis proposicional, en
tanto el pensamiento no equivaldría a la existencia auténtica. Hume planteó,
con ello, la imposibilidad de la idea de la causación a priori, por lo que
también invalidó su carácter formal y eficiente, esto es, la doctrina
peripatética. En aquel contexto, la verdadera trascendencia, dijo, se comprueba
en la experiencia. Si una construcción no pertenece al medio externo, es un
mero contenido mental. Ni Dios, ni un caballo alado tienen realidad
absoluta como hechos en la filosofía humeana, porque no son fenómenos en su
naturaleza estricta.
“[Hume] le
invita a la razón a declararle con qué derecho cree que pueda existir algo que
una vez supuesto haga necesario suponer otra cosa (…) Prueba [él] que es
completamente imposible para la razón pensar a priori una conexión, puesto que
esto supone una necesidad (…) De aquí concluye que la razón se engaña
completamente en ese concepto (…) que no es otra cosa que un bastardo de la
fantasía, la cual, fecundada por la experiencia, ha comprendido tales
representaciones bajo las leyes de la asociación y ha sustituido una necesidad
subjetiva, esto es, una costumbre que de ahí nace, por una necesidad objetiva
que nace del conocimiento. De allí concluye que sus pretendidos conocimientos,
subsistentes a priori, no sean otra cosa que experiencias comunes falsamente
impresas.”.[3]
Eso
sí: Hume no consideró la negación categórica de la existencia de
Dios. Su sistema filosófico es escéptico, por lo que no halló facultad
clara y distinta en afirmar o negar radicalmente alguna idea. La noción de
Dios, escribe en su tratado, subyace a un análisis extensivo de las operaciones
mentales humanas. Establecer un punto de partida, a modo de causa increada, es
tan inconcebible como la realidad del caballo alado, pues ninguno se ha
obtenido una impresión directa. La refutación de la ley de causalidad, sobre la
que descansó la metafísica clásica, y de la existencia del sujeto, como tal,
substancialmente, hace imposible cualquier discurso sólido sobre el mundo y
sobre el ser humano.
Sobre las
impresiones afirmó:
“La causa
última es, en mi opinión, perfectamente inexplicable por la razón humana, y
siempre será imposible decidir con certeza si provienen inmediatamente del
objeto, si son producidas por el poder creador de la mente, o si derivan
del Autor de nuestro ser.”.[4]
Por ello, con
Hume, la filosofía culminó en un escepticismo que nadie podía refutar y nadie
podía aceptar, como también pensó de él Bertrand Russell.
NO HAY TAL
COSA COMO LA MATERIA EXTRÍNSECA
Berkeley
afirmó la inexistencia de la materia partiendo de la clave del ser y de la
percepción, por lo que es considerado empirista: el ser de todo lo que llamamos
una cosa es, única y exclusivamente, su ser percibido. Creyó demostrar que toda
realidad es mental. Lo que probó es que nosotros percibimos cualidades, no
cosas, y que las cualidades son relativas al receptor.
“Con respecto
a la materia sobre la que se proyecta lo activo se concede evidentemente (…)
que no existe fuera del espíritu (…) Por eso Berkeley sólo habla de la
proyección de las cosas sobre la conciencia, de la que no salen nunca, para él
(…) De donde se sigue que sólo residen en la conciencia de sí, ya que una
percepción que no se da en quien se la representa no es nada, es una
contradicción inmediata (…) Cuando nos imaginamos que existe fuera de
la conciencia algo parecido a las representaciones, incurrimos también en una
contradicción, pues una representación sólo puede parecerse a una
representación, una idea a una idea.”.[5]
[1] Lorenzo Vicente Burgoa, Estructuras mentales y
principios racionales.
[2] John Locke, Ensayo sobre el entendimiento
humano.
[3] Immanuel Kant, Prolegómenos a toda metafísica futura
que pueda presentarse como ciencia.
[4] David Hume, Tratado de la naturaleza humana.
[5] George Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía III.
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